"... Eva abrió el higo y miró su interior rosado y dulce, la carne y las pepitas rojas al centro. Mi cuerpo es diferente al del hombre, pensó, el líquido que sale de él cuando grita sobre mí es blanco. El mío es rojo y sale cuando estoy triste. Se acurrucó las piernas que desgarraran sus pies cuando subieron la montaña para lanzarse a la muerte de la que Elokim los rescatara. Estaba convencida de que la razón por la que los había rescatado era la misma por la que la había incitado a comer de la fruta del Árbol del Conocimiento: quería verlos vivir por sí mismos. Ella se lo había facilitado, pero Adán no quería comprenderlo. Más fácil culparla a ella que al otro, que nunca se dejaba ver."
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Gioconda Belli.
El infinito en la palma de la mano.Seix Barral, Barcelona, 2008, 97.
(Premio Biblioteca Breve 2008).
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