Urgencia de creer - Entrevista con Chavela Vargas por María Cortina
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Chavela Vargas lleva a donde quiera que va
los aprendizajes y pesares de sus 85 años de una vida intensa y apasionante.
Su voz es inconfundible y honda,
tanto como la actitud valiente y sabia
que asume con la naturalidad y sencillez de una gran y única artista.
Quizá la mejor de su género.
A principios de julio pasado regresó a su casa de Veracruz
A principios de julio pasado regresó a su casa de Veracruz
donde vive rodeada de gente sencilla,
la mayoría pescadores,
después de estar unos dos meses en España.
No paró.
Comenzó en el Teatro Albéniz de Madrid
y recorrió de punta a punta el país:
Madrid, Jerez de la Frontera, Almería, Gijón, Torrevieja, Granada, Cádiz, Barcelona y Castellón.
De paso se dio una vuelta por Toulouse
para participar en el Festival Río Loco de música popular y tradicional,
que este año se dedicó a México.
En una pausa de su intensa gira concedió una entrevista a Babab.com,
en la que además de desplegar lo más sublime de su alma,
accedió a ser socia de honor de esta publicación.
El repertorio lo variaba poco,
El repertorio lo variaba poco,
pero en cada escenario su canto fue diferente.
Es uno de los dones de Chavela Vargas.
Ser diferente.
No importa si siempre canta La Llorona,
porque nunca es la misma Llorona.
Algunas veces domina más un tono que otro o le da más fuerza a los silencios.
Otras veces la declama casi, la susurra.
Según se lo dicte —me explica— un ser que la habita.
Alguien que se apodera de ella.
Un dios, un duende, su tristeza.
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BABAB: ¿Qué siente Chavela Vargas cuando canta?
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CHAVELA VARGAS: Al entrar al escenario siento miedo. Pero algo encuentro o algo me encuentra a mí. Antes de terminar la primera canción ya estoy en otro lado. Del lado de mi público. No sé explicarlo, no quiero hacerlo. Solo puedo decirte que alguien se apodera de mi voz y canta. Cantamos juntos frente a esos auditorios repletos de gente que me ama, que me grita que soy la mejor y que me da las gracias.
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B: Pero que también llora. Todo el mundo llora en tus conciertos.
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CH: Sí, pero es un llanto dulce.
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B: De acuerdo, es un llanto dulce, pero ¿qué lo desata?
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CH: Cuando yo canto los que me escuchan sienten. Y lloran porque se dan cuenta de que todavía son capaces de sentir. A pesar de los males del mundo. Sienten gozo, tristeza, nostalgia. Reciben lo que yo les quiero decir y de alguna forma, a su manera, lo entienden.
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B: ¿Qué intentas decir?
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CH: Que el mundo puede ser mejor de lo que es. Que hay que saber sentir, que hay que saber luchar para ganarse el respeto de otros y respetar a esos otros. Que hay que cuidar al mundo, proteger el amor, la paz, la justicia. Yo no soy política, ni militante de nada. El canto es mi instrumento. Y lo digo cantando.
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B: ¿Aunque ese mensaje no esté escrito en la letra de las canciones que cantas?
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CH: Por supuesto. Uno puede cantar La Macorina, Y Volver, volver, o Vámonos, que son tres canciones con temas diferentes, pero que al cantarlas de un modo transmiten ese mensaje, ese grito que a veces es de rabia o de dolor, pero que también es un grito de esperanza. Para creer, hay que sentir la necesidad de creer.
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B: ¿En qué cree Chavela Vargas?
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CH: En la vida, en la verdad, en Federico García Lorca.
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B: La otra tarde me contaste que cuando estás en la Residencia de Estudiantes de Madrid, sientes la presencia de García Lorca…
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CH: No nada más la siento, hablo con él. En mis noches de insomnio salgo al pasillo y lo escucho tocar el piano. Luego platicamos. Le cuento sobre mis conciertos, sobre México, sobre España. Y a veces nos reímos.
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B: En el concierto de la Huerta de San Vicente, en Granada, lo llamaste. Frente a todo el público lo invitaste a estar presente.
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CH: No, ¡si presente ya estaba! Federico está siempre. En su huerta de Granada, en la Residencia de Estudiantes, o donde haya una alma que así lo desea. Una alma sensible basta.
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B: También has invitado a José Alfredo Jiménez a algunos de tus conciertos. Recuerdo por ejemplo, tu presentación en el Festival Internacional Cervantino de Guanajuato el año pasado.
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CH: José Alfredo me acompaña siempre. Ni él ni Federico han muerto, nada más se fueron antes. El alma de poeta y parrandero de José Alfredo está en mi.
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B: ¿Echas de menos aquellos tiempos de parrandas?
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CH: Esos tiempos son parte de mí, parte de lo que hoy soy. Fueron días de mucha pachanga, de momentos divinos. ¿Te imaginas cómo era cuando nos juntábamos José Alfredo, Álvaro Carrillo y yo y después de horas de tequilas nacía una canción sobre la barra de una cantina? Así se escribieron muchas canciones, verdaderos poemas. Sobre la barra de una cantina. Fue una época intensa, viva. Pero al cabo del tiempo, también muy dura. Hasta que se me apareció un día el diablo.
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B: O me llevas ahorita mismo o me quedo muchos años más en esta vida, le dijo Chavela al diablo. Lo retó y ganó la partida. Desde entonces se ha presentado en los teatros de mayor prestigio en no pocas ciudades del mundo. Aforo lleno, siempre. Pero cuando está en España no solo está rodeada de sus seguidores. Tiene decenas de amigos e igual número de anécdotas. Le pido que me cuente algunas.
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CH: A Pedro le encanta llorar en mis conciertos, se emociona. A Joaquín Sabina le gusta escuchar también mis historias. Todos me respetan, siguen mis conciertos, me atienden. Me invitan a comer, a cenar, a sus casas. De Manuel Arroyo lo que más me gusta es su manera de ser buen amigo. Es único.
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B: Cuando el presidente Aznar te impuso la Gran Cruz de Isabel la Católica, estuvieron todos ellos y también Isabel Presley, Miguel Bosé, Marisa Paredes, Isabel Benarroch y muchos otros amigos tuyos.
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CH: Sí, pero no solo ellos son mis amigos. En la Residencia de Estudiantes de Madrid tengo un montón de amigos jóvenes. Las muchachitas que atienden en la recepción, las que están en la cocina, las que arreglan los cuartos, los que abren la puerta y los estudiantes. Muchas tardes platico con ellos, respondo a sus preguntas, bromeamos. El otro día un poeta jovencito me regaló su primer libro de poesía. En la dedicatoria me pedía, por favor, que no muriera.
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B: También Manuel Vázquez Montalbán era tu amigo. Y él también te regaló uno de sus libros.
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CH: Sí. A Vázquez Montalbán le encantaba La Macorina. En la dedicatoria del libro me pidió que cuando nos encontráramos en el trastero del mundo le explicara qué hice de aquél olor a mujer, a mango y a caña nueva.
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B: Allá te ha de estar esperando.
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CH: Seguro. Para que responda a sus preguntas y para que le cante otra vez Macorina.
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B: ¿Quién es La Macorina? ¿Una leyenda? ¿Un poema, o una mujer de carne y hueso?
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CH: Fue la mujer más bella de Cuba, pero también es un poema y una canción, caliente como un danzón. «Ponme la mano aquí Macorina, Ponme la mano aquí. »
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Una canción de carne y hueso que Chavela Vargas canta siempre diferente,
pero con la misma intensidad.
Le da igual que sea en el Palacio de Bellas Artes de México, en el Carnegie Hall de Nueva York,
en el Olimpia de París, en el Palau de Barcelona o en el de Valencia,
en el Gran Rex de Buenos Aires, en el patio de la Residencia de Estudiantes
o en un bar de Coyoacán.
A todos los escenarios Chavela Vargas llega
con sus dos guitarras, con su jorongo y con su urgencia de cantar.
Urgencia también de creer, de sentir, de contagiar.
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Texto, Copyright © 2004 María Cortina.Todos los derechos reservados.
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(los cambios de formatación en la edición del texto
- publicado In BABAB nº. 25, Verano / 2004 -
son de la exclusiva responsabilidad de este blog)
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